Monday, December 28, 2009

caso 39


“Caso 39″, un intenso relato de terror psicológico, una trabajadora social descubre una fuerza malévola mucho mayor de lo que nunca se pudo imaginar cuando intenta rescatar a una niña misteriosa y callada.

Emily Jenkins (Renée Zellweger, la actriz ganadora del Oscar) es una consagrada trabajadora social especializada en problemas familiares que ha visto todo tipo de horrores domésticos, mentiras, negligencia y abuso. Eso es hasta que le asignan el Caso 39: el expediente de Lillith Sullivan (Jodelle Ferland), una niña de 10 años de edad, cuya familia perturbadora y hermética deja a Emily conmocionada y preocupada. Cuando los padres de Lillith tratan de hacerle daño a su hija única en un ritual nocturno, Emily interviene. Desconsolada por la soledad e inocencia de Lillith, Emily decide hacer algo que nunca antes consintió hacer: involucrarse íntimamente. Con la esperanza de ayudar a la retraída niña, Emily le ofrece a Lillith un hogar cariñoso y feliz hasta que encuentre una familia adoptiva.

Y es entonces cuando el verdadero terror comienza.

Wednesday, December 16, 2009

Zhang Peng





Ray Caesar





Ray Caesar





Elena Dorfman - Still Lovers





Iraq: Derechos inhumanos






Todos vimos esas imágenes. Y todos asumimos que se trataba de gente borracha de poder, alejada de toda realidad, con un sentido del bien y el mal distorsionado, malogrado… perdido. Errol Morris, no. El documentalista ve las imágenes de los soldados denigrando a los prisioneros iraquíes de la prisión Abu Ghraib y lo que se pregunta es: ¿quiénes son estas personas? Él entiende el viejo dicho, que una imagen dice más que mil palabras. Sí, claro, ¿pero qué si son las palabras equivocadas?
Morris se sirve de entrevistas, pietaje encontrado y recreaciones para contar la historia, no de unos inestables mercenarios, sino de unos jóvenes (algunos ni siquiera con edad suficiente para comprar alcohol) puestos en una situación que difícilmente entienden y, con la cual, mucho menos saben lidiar. “Una foto te muestra sólo un instante. No ves lo que pasó antes o inmediatamente después”, dice una de ellas.
Y no es que Morris absuelva a los soldados o justifique su comportamiento porque, inteligentemente, no los juzga. Pareciera que decidir si lo que hicieron es comprensible o no, le es indiferente: lo que a él le concierne es entender las fotografías, el impacto que puede tener una sola imagen, las repercusiones que puede traer una instantánea capturada casi por error, por descuido. O tal vez demasiado pensada, posada, fabricada. Otra cosa que, afortunadamente, este documental no hace, es volver a recitarnos todas las vejaciones cometidas durante la administración Bush.
Y así, el filme es más un estudio sobre la fotografía en sí, sobre su impacto y repercusiones, que un intento de poner a estos individuos en la silla de los acusados. Aunque es inevitable, por momentos, aceptar el trato.
– Iván Morales

Título original: Standard Operating Procedure
País: EUA
Año: 2008
Director: Errol Morris (Niebla de guerra)
Actores: Zhubin Rahbar, Christopher Bradley
Duración: 116 min

Toda esa gran verdad


"Descubrí otra vez que me aterraba la posibilidad de ser en el fondo heterosexual."

Carlo sabe que las botas de hule de Paolo encierran un éxtasis exclusivo, hecho únicamente para él. Lo atrapan, lo enervan, lo transgreden como él a ellas. También sabe que su fetichismo es de por sí un riesgo, y que lo es más en el pueblo lleno de establos donde ambos viven. Por obra y gracia de la cercanía de Paolo, Carlo llega a sentirse como Adán y Eva al mismo tiempo, expulsado no del Paraíso, sino de Dios. Por consejo de Oliver, su iniciador en los misterios corporales, busca robar esas botas para posesionarse de Paolo y estirar esa alegoría hasta convertirla en la doctrina universal desde donde observe el mundo, aunque es muy probable que por ello termine como un paria en su propia tierra y tenga que esconderse cada vez más a fi n de ser medianamente feliz, pues, como Oliver le advierte, no es posible llegar impune a tanta perversión.

Toda esa gran verdad. Montagner Anguiano, Eduardo. Alfaguara. México, 2006.

Transformaciones

Blancanieves


No importa la vida que lleves
una virgen es algo precioso:
mejillas frágiles, como papel de arroz,
brazos y piernas como porcelana china,
labios de vin du Rhone,
abre y cierra
los azules ojos de muñeca.

Abiertos para decir
buenos días, mamá,
y cerrados para la embestida
del unicornio.
Está sin mancha.
Es blanca como un pez.


Había una vez una preciosa virgen
llamada Blancanieves.
Digamos que tenía 13 años.
Su madrastra,
una belleza por derecho propio,
aunque corroída desde luego, por la edad,
no aceptaba que nadie fuera más hermosa que ella.

La belleza es una pasión simple,
pero –oh amigos míos- al final
bailarán la danza del fuego con zapatos de hierro.
La madrastra tenía un espejo al que recurría
-algo parecido al pronóstico del tiempo-
un espejo que proclamaba
a la única belleza del país.

Preguntaba:
Espejito, espejito,
¿quién es la más bella de todas?
Y el espejo respondía:
Tú eres la más bella.
El orgullo latía en ella como un veneno.

De repente un día el espejo contestó:
Reina, eres muy bella, cierto,
pero Blancanieves lo es más.
Hasta en este momento Blancanieves
no había tenido más importancia
que una pelusa debajo de la cama.

Pero entonces la reina descubrió unas manchas cafés en su mano
y cuatro bigotes encima de su labio,
así que condenó a Blancanieves
a morir por el hacha.

Tráeme su corazón, le dijo al cazador,
le pondré sal y me lo comeré.
El cazador, no obstante, soltó a la prisionera
y llevó al castillo el corazón de un jabalí.
La reina se lo acabó como un bistec.
Ahora soy la más bella, dijo,
lamiéndose los esbeltos dedos blancos.
Blancanieves caminó por la selva
semana tras semana.
En cada esquina había veinte puertas
y en cada una, un lobo hambriento
con la lengua colgada como gusano.

Las aves graznaban con lascivia,
hablando como loros rosas,
y las víboras pendían en lazos
como sogas para su dulce cuello blanco.

En la séptima semana
llegó a la séptima montaña
y ahí encontró la casa de los enanos.

Era graciosa como una cabaña para luna de miel
y completamente equipada con
siete camas, siete sillas, siete tenedores
y siete bacinicas.
Blancanieves comió siete hígados de pollo
y se acostó por fin, a dormir.

Los enanos, esas pequeñas salchichas,
dieron tres vueltas a Blancanieves,
la virgen dormida. Eran sabios
y se contoneaban como pequeños zares.
Sí. Es un buen augurio,
dijeron, y nos traerá suerte.
Se pusieron de puntitas para observar
cómo despertaba Blancanieves. Les contó
del espejo y de la reina asesina
y le pidieron que se quedara a cuidar la casa.

Cuídate de tu madrastra,
dijeron.
Pronto sabrá que estás aquí.
Mientras estemos en las minas
durante el día, no debes
abrir la puerta.

Espejito, espejito…
El espejo habló
y la reina se vistió de andrajos
y salió como buhonera a atrapar a Blancanieves.
Atravesó las siete montañas.
Llegó a la casa de los enanos
y Blancanieves abrió la puerta
y compró un poco de cordoncillo.
La reina se lo ajustó estrechamente
en el corpiño,
como una venda,
tanto que Blancanieves se desmayó.
Tendida en el piso, una margarita cortada.
Cuando los enanos regresaron a casa desataron el cordoncillo
y resucitó milagrosamente.
Estaba tan llena de vida como un refresco con gas.
Cuídate de tu madrastra,
dijeron.
Lo intentará de nuevo.

Espejito, espejito…
Otra vez habló el espejo
y otra vez la reina se vistió de andrajos
y otra vez Blancanieves abrió la puerta.
Esta vez compró un peine envenenado,
un alacrán curvo de ocho pulgadas,
se lo puso en el pelo y se desmayó.
Los enanos regresaron a sacar el peine
y resucitó milagrosamente.

Abrió los ojos tanto como Anita la Huerfanita.
Cuídate, cuídate, dijeron,
pero el espejo habló,
la reina fue.
Blancanieves, la tonta,
abrió la puerta,
mordió una manzana envenenada
y cayó por última vez.

Cuando regresaron los enanos,
le desabrocharon el corpiño,
buscaron un peine,
pero no sirvió.
Aunque la lavaron con vino
y la frotaron con mantequilla
fue inútil.
Seguía tan quieta como una moneda de oro.

Los siete enanos no se resignaron
a enterrarla en el suelo negro,
así que fabricaron un ataúd de vidrio
y lo colocaron sobre la séptima montaña
para que todos los que pasaran
pudieran contemplar su belleza.
Un príncipe llegó cierto día de junio
y no se movió de ahí.

Se quedó por tanto tiempo que el pelo se le puso verde
y ni así quiso irse.
Los enanos se compadecieron de él
y le dieron a la Blancanieves de vidrio
-los ojos de muñeca cerrados para siempre-
para que la guardara en su lejano castillo.
Al cargar el ataúd los hombres del príncipe
se tropezaron y lo dejaron caer.
El trozo de manzana salió disparado
de su garganta y ella despertó milagrosamente.
Así, Blancanieves se volvió la novia del príncipe.
La malvada reina recibió una invitación a la boda
y cuando llegó le ataron
unos zapatos de hierro candente,
como patines ardientes,
a los pies.
Primero te saldrá humo de los dedos,
luego se te pondrán negros los talones
y te freirás como rana,
le dijeron.
Y bailó hasta morir,
una figura subterránea,
mete y saca la lengua
como una flama de gas.
Mientras tanto, Blancanieves presidía la corte,
abría y cerraba los azules ojos de muñeca
y de vez en cuando recurría a su espejo
como suelen hacerlo las mujeres.



Anne Sexton. Selección y traducción de Angelika Scherp.
Primera edición en Ediciones Fósforo, 2009.

Anne Sexton es una de las escritoras más deslumbrantes del siglo veinte. Junto a W. D. Snodgrass, Sylvia Plath y Robert Lowell conforma el movimiento de la llamada poesía confesional.
La poeta estadounidense presenta en Transformaciones una visión cruda acerca de un mundo cruel. Las diferentes formas de la libido personificadas por los lobos y las caperuzas, los verdugos y las víctimas escondidos detrás de la tradición de los cuentos de hadas.
Poemas cuyos protagonistas y antagonistas, ciudadanos del mundo de hoy, son presentados en una serie de pinceladas magistrales, bajo la inmensa luz de la psique y los corazones humanos.

En Transformations (Transformaciones, 1971), la autora reunió una serie de textos del género confesional, pero recubiertos por una capa de burla social mediante referencias a los cuentos de hadas clásicos. Su visión irónica va principalmente dirigida a la mujer contemporánea, víctima predilecta de una sociedad que la somete al vergonzoso juego de las representaciones recurrentes: la belleza como obligación, el matrimonio y los hijos como destino, la domesticidad como tarea cotidiana, etcétera.

En sus escritos, Anne Sexton siempre buscó explorar inexorablemente los temas que la obsesionaban. Transformations no es la excepción: el amor, la pérdida, la locura, la naturaleza de las relaciones familiares y sobre todo la muerte, vuelven a estar presentes. En la poesía de Sexton puede descubrirse cómo la poeta se identifica una y otra vez a sí misma en relación con el Otro masculino, ya sea en la persona de un amante o en la del padre omnipresente.

Anne Sexton se suicidó en 1974 a la edad de 46 años.

Las vírgenes suicidas


Cuando el doctor pregunta a Cecilia, tras su primer intento de suicidio, "¿Qué haces aquí niña, si aún no sabes lo mala que es la vida?" Cecilia le contesta: "Está muy claro, doctor, que usted nunca ha sido una niña de trece años".

En menos de un año y medio, las cinco hermanas Lisbon, adolescentes entre trece y diecisiete años, se suicidaron.
Los jovencitos del barrio habían estado siempre fascinados por esas inalcanzables jóvenes en flor, atraídos por esa casa de densa femineidad enclaustrada -la madre era una católica ferviente y moralista que no dejaba que sus hijas salieran con chicos; el padre, profesor de matemáticas dócil y benévolo, aceptaba las muy estrictas normas de su mujer-, y las primeras muertes no hicieron sino ahondar el misterio y el espesor del deseo. Los Lisbon se encerraron cada vez más en sí mismos y en el interior de la casa, y los jóvenes los espiaban desde las ventanas del vecindario, trataban de comunicarse con las hermanas pidiéndoles canciones por teléfono, contribuían al intrincado tejido de rumores, a la creación de mitologías. Veinte años después, aquellos mismos adolescentes, ya en la frontera de la mediana edad, intentan desentrañar el enigma de aquellas lolitas muertas que siguen fascinándolos.

Eugenides, Jeffrey. Las vírgenes suicidas. Anagrama, 2001.

Tuesday, December 15, 2009

Desorden y dolor precoz. Novela de niños.


Los relatos Desorden y dolor precoz, de Thomas Mann, y Novela de niños, de su hijo primogénito Klaus Mann, aun con su carácter de obras independientes, constituyen un ineludible conjunto: el relato de Klaus Mann no puede entenderse sin la existencia del primero, al que ilumina y complementa.
Este relato, que pronto se convirtió en uno de sus favoritos, fue, sin embargo, el más detestado por sus hijos. Thomas Mann, nunca demasiado preocupado por separar realidad y ficción, utilizó su entorno familiar como escenario de su relato. Klaus Mann, que había iniciado ya una precoz andadura literaria bajo la ineludible sombra del padre, respondió con elegancia al cruel retrato que sobre él, amparándose en el nombre de Bert, había hecho el gran escritor. El resultado de su respuesta es este otro gran relato, Novela de niños, que se publicó en 1926, igualmente ambientado en el entorno familiar de los Mann, pero con nuevas implicaciones sutiles y sorprendentes.
En 1925 el ya celebérrimo Thomas Mann publicó en una revista literaria de Berlín un cuento largo: Desorden y dolor precoz. El cuento aborda un tema delicado: la súbita atracción de una niña pequeña hacia un joven y elegante amigo de su hermano. Un límite entre la infancia y la edad adulta, lo vivo y real que -acaso razonablemente- esté prohibido.

Pero para abordar ese tema, Thomas Mann (el doctor Cornelius del cuento) se basó en su propia familia. Retrató por encima el deterioro de aquella Alemania inflaccionista, pobre y enormemente abierta a la modernidad de la primera postguerra, y escogió a cuatro de sus hijos como personajes: la niña que sufre prematuramente de amor, Lorchen, es Elisabeth, la hija favorita de Thomas. Bert, el hijo rebelde, lleno de amigos estrafalarios, actores, travestis y homosexuales, es indudablemente Klaus, ya incipiente escritor, del que se dice no domina nada ni sabe hacer nada y no piensa más que en hacerse el gracioso. Junto a él, Beisser e Ingrid; ésta es Erika, tratada con más cariño, aunque también moderna e intrépida.

La reacción del incipiente escritor y hombre público Klaus Mann al “crimen del relato” de su padre fue una moderación y discreción extremas, aunque privadamente reconoció sentirse perjudicado. En la primavera de 1926 –menos de un año después de la publicación de Desorden- Klaus inició la redacción de la Novela de niños. Aunque Klaus Mann nunca lo presentó explícitamente como una respuesta premeditada a Desorden y dolor precoz, lo cierto es que toda una serie de maliciosas coincidencias hacen pensar que lo fue, y no sólo en el subconsciente.

Sabemos -por una carta a su hemana- que a Klaus Mann no le gustó (o le ofendió) el retrato que, indirectamente, su padre hacía de él en el cuento. Y siempre se ha supuesto que su novelita, publicada cuando solo tenía veinte años (si se tiene en cuenta esa edad la novela es una pequeña obra maestra) es una respuesta, indirecta también, al cuento paterno. En Novela de niños el célebre padre, un filósofo, ha muerto y los niños -nuevo retrato de los Mann, especialmente de los mayores- viven en el campo con una guapa madre viuda. Pero un joven atractivo y rebelde (como los de la fiesta del cuento de Thomas) acude a ver a la mujer, como admirador del difunto filósofo, y los enamora y encandila a todos. Novela de niños, aunque escrita en un estilo más sencillo y directo que Desorden y dolor precoz, presenta complejidades mayores en el significado. El nuevo embarazo de la madre, ese muchacho atractivo y rebelde, Til, lleno de connotaciones homosexuales, y probable imagen del joven surrealista francés René Crevel, a quien Klaus Mann dedicó la obra convierten al relato en un rico entramado de insinuaciones y guiños de matiz psicoanalítico. El gran Thomas Mann aparece como el fuerte tirano que solo piensa en su obra y que convierte a su mujer -Katia- a la vez en esclava y enfermera. Parece querer más a los hijos que menos sombra pueden hacerle (Golo, Monika) y tiene un ambiguo trato de protección y desamparo con los mayores, rebeldes y creativos, Klaus, el escritor -que acabó suicidándose a los 43 años- y Erika, comunista y artista de cabaret. Además estaba Heinrich -el hermano de Thomas- también escritor.

No obstante, más que todas las coincidencias, lo que emparenta Novela de niños con Desorden y dolor precoz es el meticuloso juego de contrastes: si Thomas escribía desde la óptica del padre, Klaus describe el universo mental del niño; si Thomas excluía del relato a Golo y Monika, Klaus sustrae a Michael y a Elisabeth, quien “nace” al final del relato; si Thomas desgranaba con gran agudeza psicológica la relación de un padre con una niña, Klaus opta por mostrar la que un niño mantiene con la madre; si Thomas describía el señorial entorno urbano de la casa de los Mann en Munich, Klaus prefiere el microcosmos maravilloso de la casa de campo en Bad Tölz; si en Thomas la generación joven aparece en forma de colectivo, Klaus la reduce a la figura única del joven seductor Til. Demasiada precisión en las diferencias como para que el paralelismo polarizado de ambos relatos sea fruto del azar.

En el universo intemporal y extremadamente burgués de la familia tal como la concibe y describe con tanta precisión en Desorden y dolor precoz, Thomas Mann halló un entorno capaz de arropar su tortuosa y autocorrosiva individualidad literaria. No obstante, con ello no hizo sino legar en herencia un conflicto mayor a esta misma familia que había constituido su refugio y que, acosada por su sombra descomunal, no siempre encontraría el modo de resolverlo. Los dos relatos que aquí se presentan, a modo de réplica y contrarréplica, constituyen un reflejo extraordinariamente sutil de dicho conflicto y ponen una vez más de manifiesto la intrínseca fecundidad que tienen siempre lo conflictivo para la creación artística y literaria.

El mundo de Thomas, Klaus, Erika y una Katia idealizada o metaforizada, está en estos dos textos literarios, ambos de alta calidad. Nadie descubrirá a Thomas Mann, pero muchos lectores quizá descubran ahora a Klaus Mann, escritor de muy otra honda (inquieto, moderno, agilísimo, homosexual) que aunque pareció siempre luchar contra la sombra de su padre, tiene sin duda, un puesto singular y propio en la literatura alemana.

Desorden y dolor precoz. Novela de niños.
Thomas Mann / Klaus Mann
2000 - Alba Editorial - Clásicos modernos. 1ª Edición / 163 págs.