Wednesday, December 16, 2009

Transformaciones

Blancanieves


No importa la vida que lleves
una virgen es algo precioso:
mejillas frágiles, como papel de arroz,
brazos y piernas como porcelana china,
labios de vin du Rhone,
abre y cierra
los azules ojos de muñeca.

Abiertos para decir
buenos días, mamá,
y cerrados para la embestida
del unicornio.
Está sin mancha.
Es blanca como un pez.


Había una vez una preciosa virgen
llamada Blancanieves.
Digamos que tenía 13 años.
Su madrastra,
una belleza por derecho propio,
aunque corroída desde luego, por la edad,
no aceptaba que nadie fuera más hermosa que ella.

La belleza es una pasión simple,
pero –oh amigos míos- al final
bailarán la danza del fuego con zapatos de hierro.
La madrastra tenía un espejo al que recurría
-algo parecido al pronóstico del tiempo-
un espejo que proclamaba
a la única belleza del país.

Preguntaba:
Espejito, espejito,
¿quién es la más bella de todas?
Y el espejo respondía:
Tú eres la más bella.
El orgullo latía en ella como un veneno.

De repente un día el espejo contestó:
Reina, eres muy bella, cierto,
pero Blancanieves lo es más.
Hasta en este momento Blancanieves
no había tenido más importancia
que una pelusa debajo de la cama.

Pero entonces la reina descubrió unas manchas cafés en su mano
y cuatro bigotes encima de su labio,
así que condenó a Blancanieves
a morir por el hacha.

Tráeme su corazón, le dijo al cazador,
le pondré sal y me lo comeré.
El cazador, no obstante, soltó a la prisionera
y llevó al castillo el corazón de un jabalí.
La reina se lo acabó como un bistec.
Ahora soy la más bella, dijo,
lamiéndose los esbeltos dedos blancos.
Blancanieves caminó por la selva
semana tras semana.
En cada esquina había veinte puertas
y en cada una, un lobo hambriento
con la lengua colgada como gusano.

Las aves graznaban con lascivia,
hablando como loros rosas,
y las víboras pendían en lazos
como sogas para su dulce cuello blanco.

En la séptima semana
llegó a la séptima montaña
y ahí encontró la casa de los enanos.

Era graciosa como una cabaña para luna de miel
y completamente equipada con
siete camas, siete sillas, siete tenedores
y siete bacinicas.
Blancanieves comió siete hígados de pollo
y se acostó por fin, a dormir.

Los enanos, esas pequeñas salchichas,
dieron tres vueltas a Blancanieves,
la virgen dormida. Eran sabios
y se contoneaban como pequeños zares.
Sí. Es un buen augurio,
dijeron, y nos traerá suerte.
Se pusieron de puntitas para observar
cómo despertaba Blancanieves. Les contó
del espejo y de la reina asesina
y le pidieron que se quedara a cuidar la casa.

Cuídate de tu madrastra,
dijeron.
Pronto sabrá que estás aquí.
Mientras estemos en las minas
durante el día, no debes
abrir la puerta.

Espejito, espejito…
El espejo habló
y la reina se vistió de andrajos
y salió como buhonera a atrapar a Blancanieves.
Atravesó las siete montañas.
Llegó a la casa de los enanos
y Blancanieves abrió la puerta
y compró un poco de cordoncillo.
La reina se lo ajustó estrechamente
en el corpiño,
como una venda,
tanto que Blancanieves se desmayó.
Tendida en el piso, una margarita cortada.
Cuando los enanos regresaron a casa desataron el cordoncillo
y resucitó milagrosamente.
Estaba tan llena de vida como un refresco con gas.
Cuídate de tu madrastra,
dijeron.
Lo intentará de nuevo.

Espejito, espejito…
Otra vez habló el espejo
y otra vez la reina se vistió de andrajos
y otra vez Blancanieves abrió la puerta.
Esta vez compró un peine envenenado,
un alacrán curvo de ocho pulgadas,
se lo puso en el pelo y se desmayó.
Los enanos regresaron a sacar el peine
y resucitó milagrosamente.

Abrió los ojos tanto como Anita la Huerfanita.
Cuídate, cuídate, dijeron,
pero el espejo habló,
la reina fue.
Blancanieves, la tonta,
abrió la puerta,
mordió una manzana envenenada
y cayó por última vez.

Cuando regresaron los enanos,
le desabrocharon el corpiño,
buscaron un peine,
pero no sirvió.
Aunque la lavaron con vino
y la frotaron con mantequilla
fue inútil.
Seguía tan quieta como una moneda de oro.

Los siete enanos no se resignaron
a enterrarla en el suelo negro,
así que fabricaron un ataúd de vidrio
y lo colocaron sobre la séptima montaña
para que todos los que pasaran
pudieran contemplar su belleza.
Un príncipe llegó cierto día de junio
y no se movió de ahí.

Se quedó por tanto tiempo que el pelo se le puso verde
y ni así quiso irse.
Los enanos se compadecieron de él
y le dieron a la Blancanieves de vidrio
-los ojos de muñeca cerrados para siempre-
para que la guardara en su lejano castillo.
Al cargar el ataúd los hombres del príncipe
se tropezaron y lo dejaron caer.
El trozo de manzana salió disparado
de su garganta y ella despertó milagrosamente.
Así, Blancanieves se volvió la novia del príncipe.
La malvada reina recibió una invitación a la boda
y cuando llegó le ataron
unos zapatos de hierro candente,
como patines ardientes,
a los pies.
Primero te saldrá humo de los dedos,
luego se te pondrán negros los talones
y te freirás como rana,
le dijeron.
Y bailó hasta morir,
una figura subterránea,
mete y saca la lengua
como una flama de gas.
Mientras tanto, Blancanieves presidía la corte,
abría y cerraba los azules ojos de muñeca
y de vez en cuando recurría a su espejo
como suelen hacerlo las mujeres.



Anne Sexton. Selección y traducción de Angelika Scherp.
Primera edición en Ediciones Fósforo, 2009.

Anne Sexton es una de las escritoras más deslumbrantes del siglo veinte. Junto a W. D. Snodgrass, Sylvia Plath y Robert Lowell conforma el movimiento de la llamada poesía confesional.
La poeta estadounidense presenta en Transformaciones una visión cruda acerca de un mundo cruel. Las diferentes formas de la libido personificadas por los lobos y las caperuzas, los verdugos y las víctimas escondidos detrás de la tradición de los cuentos de hadas.
Poemas cuyos protagonistas y antagonistas, ciudadanos del mundo de hoy, son presentados en una serie de pinceladas magistrales, bajo la inmensa luz de la psique y los corazones humanos.

En Transformations (Transformaciones, 1971), la autora reunió una serie de textos del género confesional, pero recubiertos por una capa de burla social mediante referencias a los cuentos de hadas clásicos. Su visión irónica va principalmente dirigida a la mujer contemporánea, víctima predilecta de una sociedad que la somete al vergonzoso juego de las representaciones recurrentes: la belleza como obligación, el matrimonio y los hijos como destino, la domesticidad como tarea cotidiana, etcétera.

En sus escritos, Anne Sexton siempre buscó explorar inexorablemente los temas que la obsesionaban. Transformations no es la excepción: el amor, la pérdida, la locura, la naturaleza de las relaciones familiares y sobre todo la muerte, vuelven a estar presentes. En la poesía de Sexton puede descubrirse cómo la poeta se identifica una y otra vez a sí misma en relación con el Otro masculino, ya sea en la persona de un amante o en la del padre omnipresente.

Anne Sexton se suicidó en 1974 a la edad de 46 años.

0 Comments:

Post a Comment

Subscribe to Post Comments [Atom]

<< Home