Wednesday, April 28, 2010

Marnie, de Alfred Hitchcok





“Aunque suene arrogante, a quien no le gusta “Marnie” no le gusta realmente Hitchcock; y quien no ama “Marnie”, no ama realmente el cine”. - Robin Wood.

Margaret Edgar, Marnie, es una atractiva cleptómana. Utiliza falsas identidades para obtener trabajo en empresas y cometer desfalcos en ellas. Descubierta por uno de sus empleadores, Mark Rutland, se ve obligada a casarse con él. Ambos habrán de hacer frente al trastorno mental que sufre Marnie y tratar de descubrir qué lo originó.

Marnie es una de las películas más controvertidas de la filmografía de Alfred Hitchcock y, quizá por ello, la mayoría de los ensayos sobre las películas del director no suelen detenerse demasiado en ella; tampoco se ha divulgado mucho su complicada gestación.

Los origenes

Marnie es una novela de Winston Graham, escritor inglés especialmente popular por su serie de libros centrados en las andanzas comerciales y sentimentales del personaje Poldark, un navegante ficticio de Cornualles en el siglo XVIII. Muy interesado por los personajes femeninos y su psicología, Graham se basó en algunas historias reales que conocía para urdir la trama de Marnie. Situada en Inglaterra, tras la guerra, la protagonista se ve abocada a la cleptomanía como consecuencia de un trauma infantil; durante el desarrollo de uno de sus “trabajos” en una empresa, es pretendida, indeseadamente por su parte, por dos hombres. Agobiada por una situación de la que cada vez le resulta más difícil escapar, desconcertada e inmadura, se debate entre las pulsiones para apropiarse del dinero ajeno y su patológico rechazo al sexo, hasta verse obligada a enfrentar los recuerdos del hecho que ha engendrado su desorden mental.

Graham redactó su novela en primera persona, consiguiendo reflejar con ello la confusión de la protagonista ante sus propias actuaciones compulsivas y sus miedos irracionales. Trazaba además una analogía entre la situación personal de Marnie y la de la mujer en general en una sociedad, la inglesa de posguerra, que luchaba por recuperarse del conflicto bélico arrastrando aún su clasismo, su machismo y unas convenciones sociales tan vigentes como arcaicas y decadentes. Marnie encarna así a la mujer que, oprimida por moralidades caducas y circunstancias sociales predeterminadas, se enfrenta al patriarcado de clase alta, accediendo al círculo empresarial a través de los propios vicios de éste, y robándole para conseguir una posición económica más ventajosa.

Por otra parte, los protagonistas masculinos se sienten atraídos por ella precisamente por su aura distante y misteriosa. Más adelante, es el hecho de descubrir sus actividades como delincuente lo que más incita el interés de uno de ellos, por el desafío que supone a una casta privilegiada en la que, obligado a hacerse cargo del negocio familiar, él también se siente constreñido.

Es fácil entender que a Hitchcock le atrajese la historia. Por una parte plantea concomitancias con Recuerda (Spellbound, 1945) (la protagonista está afectada por una vivencia infantil no asumida, se hace pasar por otra persona, y alguien se enamora de ella e intenta ayudarla a superar sus muchos problemas), y por otro lado tiene ecos de Vértigo/De entre los muertos (Vertigo, 1958) (un hombre se siente atraído por una mujer misteriosa, perturbada, que esconde un secreto). Al parecer, esta faceta fetichista de la historia fue la que más motivó el interés del director: el hecho de que el protagonista masculino se vea atraído por Marnie precisamente porque es una ladrona compulsiva; algo que también se planteaba en desenfadado tono de comedia, y con los roles invertidos, en Atrapa a un ladrón (To Catch a Thief, 1955), donde el personaje de Grace Kelly se siente fascinada por Cary Grant en buena medida porque éste es un hábil delincuente.

Precisamente Grace Kelly fue una de las claves para que esta película llegara a rodarse pues, desde el principio, se concibió como un vehículo para su reaparición cinematográfica tras convertirse en Princesa de Mónaco.

Preliminares

El origen del trauma que la atormenta a Marnie, difiere bastante del presentado en el libreto definitivo: Bernice, la madre de Marnie, ejerce la prostitución en el barrio portuario y, durante sus encuentros con los marineros, la niña es obligada a dejar su habitación y pasar a un cuarto trasero; nuevamente embarazada, oculta el hecho con la complicidad de una vecina y da a luz en la propia casa; asfixia al recién nacido, pero sufre una hemorragia y se ha de avisar urgentemente a un médico; cuando éste y una enfermera llegan para atenderla, descubren que el bebé asesinado ha sido ocultado precipitadamente en el cuarto donde Marnie ha permanecido encerrada durante los hechos. El recuerdo del hermano asesinado y el intenso adoctrinamiento en contra de los hombres y del sexo, que recibe de su madre, son los desencadenantes de los problemas de Marnie. A esta conclusión se llega tras la muerte de la señora Edgar, durante su funeral, cuando Marnie encuentra entre las pertenencias de la difunta un objeto y algunos recortes de prensa que despiertan sus recuerdos y hacen confesar a la vecina cómplice.

Marnie es el opuesto perfecto de Marion, de “Psicosis”: Marion roba por necesidad; para Marnie es casi una profesión. Marion es una mujer liberada sexualmente (y ello es el pie inicial de su condena); Marnie es virgen, no por opción, sino por el pánico que le causan los hombres. Esto la transforma también en el opuesto perfecto de Norman Bates: si la represión sexual de Norman es el origen de toda su tragedia, es una secreta tragedia del pasado lo que ha generado la frigidez sexual de Marnie. El complejo mecanismo que funciona en la cabeza de Marnie es un misterio para Mark Ruttland (Sean Connery, justo entre medio de “De Rusia con amor” y “Goldfinger”), un millonario y zoólogo aficionado que descubre los delitos de Marnie… y decide casarse con ella.

“Marnie” es una película compleja y fascinante. Es una película sobre una mujer sin deseo que es, en sí misma, un objeto del deseo. Si “Vertigo” era una carta de amor a una mujer inexistente, “Marnie” es una carta de amor a una mujer inalcanzable. Algo de lo que sabía bien Hitchcock: de acuerdo a la leyenda, la película fue preparada para ser el regreso de Grace Kelly al cine, quien había dejado atrás Hollywood (y a su director) tras casarse con Rainiero y transformarse en la Princesa de Mónaco. Kelly, según Donald Spoto, siempre fue el amor secreto de Hitchcock, y para su reemplazo, solo otra mujer podía tomar su lugar: Tippi Hedren, la protegida del director desde “Los pájaros”, y también el foco de sus afectos no correspondidos. Entonces, la carta de amor de un director como Hitchcock solo puede dar como resultado un relato plenamente cinematográfico. Como lo llama el respetado crítico Robin Wood, es cine puro.

La pureza de ese cine está viva a cada momento en “Marnie, la ladrona”, de una manera casi expresionista: cuando la opresiva madre de Marnie se aparece como un espectro en la habitación de su hija; cuando, en medio de una tormenta de lluvia y viento, un árbol entra por una ventana, y Mark y Marnie se dan el primer beso, que vemos de tan, tan cerca, que casi hace partícipe a los espectadores; cuando Marnie roba la caja fuerte sin saber que una mujer de la limpieza puede descubrirla; cuando Mark decide romper con la virginidad de Marnie, con tanta violencia como delicadeza; cuando Marnie sufre un accidente en su caballo y debe sacrificarlo; y, por supuesto, cuando Marnie, como Scottie en “Vertigo”, sufre de sus coloridas alucinaciones.

Monday, April 26, 2010

El psicoanalista que bebió la leche negra de la aurora


A doce años de la muerte de Bruno Bettelheim, este ensayo reseña su historia, examina sus ideas y procura analizar los actos que definieron su vida, cortada en dos por su encierro en un campo de concentración nazi, donde vivió en su carne la experiencia del “padre terrible”, que después aplicaría para bien o para mal.
Por Silvia Fendrik

Bruno Bettelheim nació en Viena en el año 1903, y se suicidó en California en 1990. El psicoanálisis de los cuentos de hadas y La fortaleza vacía se titulan las dos grandes obras a las que debe su celebridad: los cuentos de hadas, el autismo. La propia vida de Bettelheim puede ser considerada como un raro cuento de hadas: el de un patito feo, muy feo, que se transformó en cisne, y luego en ogro.
En Estados Unidos, en la década del ‘50, coexistían dos figuras contrapuestas: la Bettelheim y la del pediatra Benjamin Spock. Mientras éste predicaba la libertad y criticaba las posturas autoritarias en la educación de los niños, Bettelheim decía sí a la puesta de límites y al ejercicio de la autoridad (y a los cuentos de hadas).
Bettelheim defendió la importancia de los cuentos de hadas en la constitución subjetiva. Estos suelen empezar con padres muertos, con huérfanos; nunca el padre es el verdadero padre y casi siempre hay un tirano, un impostor, una lucha, una diferencia radical entre lo bueno y lo malo. Bettelheim sostenía que el valor de esta diferencia no es de índole moral, porque en los cuentos no siempre los buenos ganan y los malos pierden sino que se trata de una lucha en el campo exterior al sujeto, que le ofrece la posibilidad de darse cuenta de su propia lucha, de la lucha dentro de sí mismo. Y la sexualidad no está representada en los cuentos de hadas como algo edulcorado y tierno sino como un trayecto sangriento o difícil; la riqueza de las metáforas de lo femenino y lo masculino es enorme, en comparación con la literatura infantil actual, donde la sexualidad, si la hay, está computarizada y complementarizada.
Después de la guerra, Estados Unidos comenzó a imponer el modelo cultural del american way of life: si uno come bien, duerme bien, gana bien, ama bien y consume mucho, llega al non plus ultra de la existencia. Esta receta de la felicidad, que Estados Unidos comienza a construir después de la guerra, hizo que el psicoanálisis vaya perdiendo rating. Sin embargo, Bettelheim nunca dejó de escribir sobre la Shoah y sobre la pulsión de muerte. Entendiendo la pulsión de muerte no como pulsión de destrucción, de agresividad, sino como Nirvana, como inercia, como supresión del conflicto. Se trata de la primera idea de Freud, la reducción a cero de las tensiones. Para el psicoanálisis, si no hay conflicto psíquico no hay vida psíquica; es lucha contra la pulsión de muerte que nos habita y no contra lo malo que irrumpiera o interrumpiera un supuesto maravilloso idilio con la vida y con nosotros mismos.
A diferencia del psicoanalista Donald Winnicott, Bettelheim no se contentaba con la idea de una madre “suficientemente buena”. Sí, era fundamental que fuera buena, incluso buenísima, pero también tenía que haber un padre malo para imponer el orden. Esa invención terapéutica se parece a una caricatura de lo que Lacan describió como el padre imaginario, el padre terrible. En una cultura donde se impuso una idealización malsana de la felicidad, el doctor Bettelheim se puso un disfraz de ogro y lo actuó con los pacientes de la clínica y con su propio equipo terapéutico. Cuenta Bettelheim en sus Recuerdos que, durante su permanencia en Dachau y en Buchenwald, exploró sus propias vivencias y las de algunos otros prisioneros, sosteniendo la idea de identificación inconsciente con el agresor. Tal vez la culpa del sobreviviente, de la que tanto habló, tomó en él la forma de este tipo de identificaciones con su antiguo agresor. Fue su modo de sostener en acto que no hay “cura” posiblede la psicosis infantil –fusionada en su obra con la del autismo– por el lado de la bondad ni por el lado de la utopía, ni mucho menos mediante recetas “adaptativas”.
Su suicidio (por asfixia, con una bolsa de plástico) causó un profundo impacto, dada su permanente apuesta en favor de la vida, desde su testimonio sobre los campos hasta los cuentos de hadas. Poco después fue muy criticado, mayormente por ex pacientes de la Escuela Ortogénica, muchas veces mal diagnosticados como autistas; la mayoría eran niños provenientes de familias que los habían desubjetivizado, transformándolos en niños robotizados, niños enmudecidos, silenciados, niños que se atrincheraban en sus fortalezas vacías para no romperse. El doctor B -éste era el apodo con el cual se lo conocía–, para muchos de ellos, fue nada más que un monstruo sádico. Pero otros, que de adultos llegaron a ser escritores, artistas, personas productivas, le otorgan y se otorgan el beneficio de la duda y no dejarán de preguntarse: “¿Qué hubiera sido de mí sin ese ‘monstruo’?”.
Bruno Bettelheim dejó ricos testimonios clínicos donde se vislumbran cuestiones sobre las que Lacan ha insistido mucho. Por ejemplo, la suplencia de un padre terrible cuando falta el significante del Nombre-del-Padre, que quizá Bettelheim sólo pudo asumir por haber estado en un campo de concentración. Si no, jamás hubiera sido el “ogro”, sólo el cisne made in USA. Bettelheim, en algunos de sus actos, parece haber dado cuenta de la suplencia del nombre del padre de una manera extrema y terrible –la noción de situación extrema también es una parte esencial de sus hipótesis sobre el autismo como fortaleza vacía–. Pero la pregunta se impone: ¿tan terrible como la “leche negra” que ha mamado el psicótico? Es una pregunta que no podemos responder. En todo caso, vale la pena preguntarse por este personaje polifacético que, después de haber vivido la situación extrema del campo de concentración, pudo reinventarse a sí mismo y establecer una feroz e inquietante conexión entre el delirio nazi y la pesadilla mortífera agazapada en las lujosas cunas del American dream.

Fragmento del seminario on-line “Psicoanalistas de niños: Orígenes y destinos de su obra”, en www.comunidadrussell.com

Friday, April 23, 2010

Dossier de moda - Inn Magazine marzo